Dices que amas a los animales,
y los amas tanto
que incluso te los comes,
pero dices que los sigues amando
de un amor de ese, curioso,
de un amor que yo no querría para mi.
Dices que amas a los animales,
y los amas tanto
que incluso te vistes de ellos,
y te crees lucir bien un cadáver
sin saber que quizás hubo amado
y sufrió, hasta la muerte,
para que puedas llevarlo en tus pies.
Dices que amas a los animales,
y los amas tanto
que te gusta verlos enjaulados,
presos de una locura de cuatro paredes,
marionetas enajenadas para el deleite
el deleite de los ignorantes,
que ven en el sufrimiento, felicidad.
Dices que amas a los animales,
y los amas tanto
que te encanta verles sangrar,
ser burla y víctima en el ruedo,
torturado hasta la más brutal agonía
para ser mutilado y erigido trofeo
y su cruel ejecutor, héroe,
y la víctima, olvidada, una más.
Dices que amas a los animales,
pues quizás deberías amarles menos,
dejar de amarles de esa manera,
pues amor nunca puede significar dolor,
tortura,
esclavitud,
ni muerte.
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