Jugamos al equilibrio sin ser acróbatas,
y nos caímos,
y no teníamos red bajo nuestros pies,
por no tener, no teníamos ni suelo,
pero, ¿y qué importaba?
Si pasearse por la cuerda floja contigo
todavía les arranca sonrisas a mis lágrimas,
así que volvería a subirme
y volvería a bailarle los nudos a la cuerda
deslizando mis pies, despacio, muy despacio,
saboreando el saberme caído y vencido,
y acercándome al final de nuestro trayecto:
tocarte, para poder caernos,
pues jugamos al equilibrio sin ser acróbatas.
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