Siento el repiqueteo de la lluvia en mi cabeza,
como si el sol se escondiera, jugando al escondite,
y me dejara empapado hasta el alma,
pensando en los días del porvenir
y los suspiros del ayer,
que se entremezclan,
con todas las vanidades llamadas azar
y que hacen que los sueños sean menos sueños,
y las quimeras más inalcanzables
hoy, aquí, en un triste día de otoño,
en el que tú te has ido,
y jugamos al escondite,
como si la partida se prolongara
hasta el fin de los mismos días.
Y me siento, a oscuras, pero de pie,
pensando y hablándome en voz baja,
recriminándome todos los “y si” y los “ojalá”
que me regalas sin saberlo
todas las cosas que no serán, y que, quizás, deberían ser,
pero, ¿por qué deberían ser?
Pues yo solo soy un pobre ser perdido
en la inmensidad de tu océano,
agua que no tiene fin, ni inicio,
y que me siento,
como si el suelo fuera mi morada,
el tapiz para todos nuestros deslices,
la moneda de cambio de mis pobres futuros
que arañan la sincronicidad de nuestras almas.
O quizás es que solo soy un cúmulo de sueños rotos,
y nunca voy a poder ser nada, ni para ti,
ni para mí.
Son los días de la vacuidad, que me llaman,
me susurran el ser su amante, y gozarnos,
las horas perdidas y los días hallados,
mirando el vaho de mis ventanas,
con el repiqueteo de la lluvia en mi cabeza,
o en el suelo,
O en tu cuerpo.
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